Algunas de las anécdotas más memorables que me dejó el 2006 tienen que ver con inquietantes experiencias en el ámbito de las casualidades y las coincidencias. En ninguna otra etapa de mi vida me habían impactado tanto, por su frecuencia e intensidad, esas situaciones en las que el azar parece ser una herramienta del destino, el recurso estilístico predilecto de una mano invisible que escribe una obra de cruces inesperados de la cual somos simples personajes, y entonces la casualidad parece convertirse en causalidad de un efecto único: la resurrección de nuestro asombro.
Por eso me parece que una buena manera de empezar el 2007 es haciendo inventario de estas experiencias, en primer lugar para no perderlas, pero también para compartirlas y seguir tentando al azar, pues quién sabe si alguien más pudiera sentirse identificado con alguna de ellas prolongando así su misterioso impacto.
Algunas de estas “obras (maestras) de la casualidad” se han desprendido del mundo de la ficción, de libros o películas que visitados en un momento determinado –necesariamente en “ese momento” y no en otro- han hecho saltar chispas al establecer conexiones con algo que estaba más allá de sus páginas o de la pantalla, algo que por otra parte estaba ahí, en “ese momento”, como si su única razón de ser fuera esperar esa conexión. Otras en cambio son anécdotas provenientes de lo que llamamos “vida real”, donde a veces se producen encuentros y contactos tan inusitados que nos parecen material para un libro o una película. En todo caso, las fronteras entre ficción y realidad se desdibujan, se tornan viscosas, y la vida nos hace el regalo de parecerse un poco a esa pequeña y auténtica obra maestra (esta vez sin comillas) que es “Continuidad de los parques”, cuento de Cortázar en el que el protagonista, arrellanado cómodamente en su sofá favorito –un sofá de terciopelo verde- se dedica a la lectura de una novela cuyos últimos pasajes refieren el encuentro de una pareja de enamorados en una cabaña; al anochecer, el amante sigue un sendero y se interna en una casa siguiendo las indicaciones de su amada, sube unas escaleras y puñal en mano entra en un salón donde encuentra a su víctima: un hombre sentado en un sillón de terciopelo verde leyendo una novela. Uno termina de leer el cuento de Cortázar y siente una especie de escalofrío, y por si acaso procura no voltear para no enfrentarse a la imagen de su asesino.
Mañana pues, la primera entrega.
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1 comentario:
Cabrón, estoy en BNA, me quedo hasta el lunes. ¿Puedes comer el lunes? Soy Fran, por cierto, mándame un mail a hotmail.
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