jueves, 11 de enero de 2007

Obras (maestras) de la casualidad II

Mi nombre en el periódico (en catalán)

4 de diciembre del 2005. Como casi todos los domingos, nos damos el gusto de un buen desayuno a la mexicana; el zumo se convierte en jugo, el plato de fruta gana en colorido (aunque esto a veces sea mera ilusión óptica, auténtico fruto de la nostalgia) y el pan tostado con mantequilla y mermelada le cede su lugar a unos radiantes huevos rancheros, bañados en salsa verde y, a poder ser, acompañados de unos frijoles refritos. Para terminar ya es mucho pedir que las magdalenas de Caprabo se conviertan en conchas o en garibaldis, pero uno igualmente las sopea en el café con leche y se las lleva a la boca para saborearlas como si se tratara, al menos, de unas mantecadas Tía Rosa.

Después de ese desayuno prodigioso, como casi todos los domingos, Belén se tiene que ir a trabajar y yo me quedo en casa a lavar los trastes, tender la cama y, si hace falta, poner una lavadora y / o hacer limpieza general. Por fortuna esta mañana decembrina la cantidad de polvo acumulada es mínima y no amerita la faena de sacudir, barrer, ni mucho menos pasar la fregona; “aguanta todavía unos días...” me digo mientras veo complacido cómo un ligero viento mueve la ropa tendida en la terraza desde ayer, y entonces completo el plácido pensamiento, “... hoy será un verdadero día de descanso.”

Me limito pues, a lavar los trastes y ordenar un poco la habitación. Como música de fondo para estas ligeras labores domésticas pongo el más reciente disco de Ismael Serrano, Naves ardiendo más allá de Orión, y repaso en mi mente algunas imágenes del concierto de la noche anterior en el Palau de la música. “Sucede que a veces la vida mata y el amor te echa silicona en los cerrojos de tu casa, o te abre un expediente de regulación y te expulsa del edén hacia tierras extrañas...”, qué acertadas palabras para empezar una canción, y sobre todo qué verdaderas se vuelven a veces, cuando sucede. Pero hoy hace un buen día, afuera brilla el sol y el frío no debe ser mucho, así que terminadas las tareas del hogar me dispongo a cumplir con el siguiente ritual dominical: salir a comprar El País y aprovechar para deshacerme de algunas de las incontables moneditas de 20, 10, 5, 2, y 1 céntimo que se me van acumulando sin control, primero porque nada aquí cuesta tan poco y también por falta de pericia aritmética a la hora de comprar, pues siempre termino pagando en números redondos a sabiendas de que junto con el tíquet me entregarán unas cuantas monedas más para la colección. Lo bueno es que es domingo y con toda la calma puedo meterme en el bolsillo la cantidad justa de monedas para que no tengan que regresarme cambio, llevando eso sí, una moneda de un euro y el resto ya en morralla para que la sonrisa dominguera del señor del quiosco no degenere en una mueca de indignación, como si uno le estuviera dando piedritas en vez de dinero.

En fin, al cabo de 10 minutos después de salir de casa, ya estoy de vuelta con el periódico y con El País Semanal, la revista que lo acompaña, cuya portada promete reportajes sobre el King Kong de Peter Jackson, las mil caras de John Lennon y Bosnia, diez años sin guerra. Como de costumbre dejo la revista para después, en calidad de plato fuerte, y me siento a leer el periódico de atrás para adelante. Al llegar a la sección de cultura me percato de que en realidad el platillo principal me aguarda ahí, pues me encuentro con una nota sobre Kosmópolis 05, el Festival Internacional de la Literatura celebrado en esos días en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona. Leo que el día anterior, mientras ayudábamos a una amiga con su mudanza, en el CCCB se llevaba a cabo una serie de eventos entre los cuales se destacó una mesa redonda sobre nuevas visiones de El Quijote en la que participaron Manel Zabala, Germán Sierra, Irene Zoe Alameda y nada más ni nada menos que el mismísimo Jordi Carrión. Entonces brilla en mi mente el recuerdo de que ya en otras ocasiones me han llegado rumores acerca de un joven escritor catalán que lleva mi nombre (a veces en total homonimia y a veces en versión catalana), pero al verlo impreso en el periódico, quizá por el crédito que solemos otorgarle a este tipo de medios (a veces con excesiva ingenuidad), esos rumores se convierten en una total e inapelable confirmación, acompañada además de la trascendencia ontológica que corresponde a lo que de algún modo experimento como un encuentro con mi otro (Yo)rge Carrión. Continúo leyendo y se me ocurre que yo mismo podría haber suscrito las opiniones de Jordi en torno a la repercusión de El Quijote, de no ser por el pequeño detalle de que nunca me he leído entera la obra cumbre de Cervantes y de que probablemente él las haya expresado en catalán, lengua que entiendo pero que todavía no consigo hablar con fluidessa; pero bueno, aparte de eso, comparto su idea de que On the road, de Kerouac, puede ser considerada como una novela heredera de las aventuras del ingenioso hidalgo, así que concluyo la lectura de la nota con la feliz impresión de que Jordi y yo compartimos algo más que el nombre y el apellido. Me quedo dándole vueltas a esa coincidencia y sigo pasando las páginas del periódico por pura inercia, sin poder prestarle atención a lo que el mundo tiene que decir este domingo.

11 de enero del 2007. Ha pasado ya más de un año desde que leí mi nombre en el periódico (en catalán), y con el paso del tiempo he reunido algunos datos más sobre Jordi Carrión, aunque todavía no tengo el gusto de conocerlo. Buscando en internet –googleándolo, como diría un amigo- me he enterado de que indistintamente firma como Jordi o como Jorge y he dado con su página web (la cual he agregado como vínculo en este blog). También he descubierto que es sólo un poco mayor que yo –si no me equivoco nació en Tarragona en 1976- pero tiene ya una trayectoria importante en el medio literario. Ha colaborado en diversas revistas como Letras Libres y Quimera, y ha entrevistado a autores de la talla de César Aira. Además ha publicado dos novelas: Ene y La Brújula, en la que según algunas reseñas que he ojeado, reinventa literariamente sus experiencias de viajero empedernido. Hasta aquí mis pesquisas, tampoco quiero que en el caso de que Jordi llegara a leer esto pudiera pensar que tiene un tocayo mexican-psycho que le anda siguiendo la pista. Lo próximo será conseguir sus novelas, leerlas e intentar interceptarlo en algún evento o ponerme en contacto con él para ver si accede a firmármelas, con la esperanza de que al tenerlo frente a mí no me invada la sensación de estar frente a un espejo, porque eso ya sería demasiado.

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