El pasado sábado tuvo lugar en Madrid una multitudinaria manifestación en contra de la política del presidente Zapatero respecto a ETA, en un acto al que acudieron algunos de los grupos más conservadores de España encabezados por el Partido Popular. Dicha concentración tuvo el objetivo de protestar por las concesiones que, en opinión del PP y sus simpatizantes, el gobierno está ofreciendo a la organización terrorista mediante gestos que van desde su disposición al diálogo hasta la reciente excarcelación de De Juana Chaos, un etarra cuya salud estaba muy deteriorada como consecuencia de una huelga de hambre y que, según una decisión del Ministerio del Interior, habrá de cumplir el resto de su condena vigilado en su domicilio, situación que ha dado pie a una intensa polémica, encendiendo los ánimos de la derecha tal y como lo expresaron el sábado las consignas que exigían la dimisión de Zapatero y reprobaban la postura “condescendiente” del Partido Socialista (que, todo hay que decirlo, tiene una noción del “socialismo” tan extraña como la que tiene el PP de las causas “populares”).
Lo más curioso es que a tres años de la tragedia del 11-M en Madrid, el Partido Popular recurra a la estrategia de las grandes manifestaciones para hacerse oír, cuando en su momento, al estar al frente del gobierno, hizo caso omiso de las nutridas marchas en las que la mayoría de los españoles expresaba su rechazo a la guerra de Irak en la que los embarcó Aznar, la cual terminó siendo un factor determinante para alimentar el odio y el sinsentido con los que se fraguaron tan lamentables atentados. Sin duda un enigma difícil de explicar, como casi todo lo que ocurre en la política de nuestros tiempos; pero bueno, este tipo de paradojas son el pan nuestro de cada día en esta “península histérica”, como la llamaron perspicazmente Joaquín Sabina y Fito Páez en una canción de Enemigos íntimos. Y es que aquí a cada rato hay material para constatar el dicho de que Spain is different: la monarquía resulta ser un pilar del sistema democrático; decir “Viva España” es cosa de fachas; se construye más que en cualquier otro país de Europa, pero acceder a una vivienda es una empresa casi imposible; hay una figura institucional denominada “el defensor del pueblo”, un personaje que para cobrar más protagonismo tendría que verse envuelto en un affair con alguna folklórica digna del interés de la prensa rosa y sus numerosos espacios televisivos, copados también por reality shows como Gran Hermano, La casa de tu vida, Operación Triunfo o Mira quién baila, en el que hasta hace poco le pagaban a la nieta de Franco varios miles de euros por intentar dar unos pasos de tango o hip hop; los cobradores salen a la calle disfrazados para dejar en evidencia a los morosos (un colectivo en aumento por culpa de las hipotecas y los ímpetus de consumo); las madres de familia son maltratadas ya no sólo por sus maridos, sino también por sus propios hijos; la incesante inmigración genera nuevas tensiones sociales y el racismo va ganando terreno en las mentes de individuos que cada fin de semana rinden culto a su equipo de fútbol, en cuya alineación figuran astros brasileños, argentinos, cameruneses... "sudakas" y "negracos" con más suerte de la que tienen los que siguen llegando en cayucos a las playas, esas mismas en las que la gente puede tomar el sol incluso en los cada vez más irregulares inviernos...
Pues sí, Spain is different, and a little bit uncanny (se podría agregar). Con todos estos disparates, al mismo tiempo terribles y maravillosos, me pregunto si el surrealismo de Buñuel y Dalí no era también una muestra de ese realismo mágico que los latinoamericanos consideramos nuestro patrimonio exclusivo. A fin de cuentas uno se encuentra aquí lugares que creía únicamente propios de su tierra, como Guadalajara, León o Mérida... ¿Por qué Comala y Macondo iban a ser la excepción?
lunes, 12 de marzo de 2007
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